Instituto para la Salud Geoambiental

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Geobiología

La geobiología se podría definir como la disciplina que estudia la interacción entre la Tierra y los seres vivos o, mejor aún, el efecto que cada zona de la Tierra ejerce sobre los seres que la habitan. La geobiología no pertenece a ninguna rama de la ciencia estrictamente académica ni lo pretende, aunque sí bebe de conceptos clave procedentes de la geología y la biología, así como de la física y las neurociencias. De hecho, los primeros en investigar esto en Europa procedían del entorno médico: el inglés Havilland, el alemán Gustav Freiherr Van Pohl, el doctor Hager, presidente de la Asociación Científica de Doctores en Medicina de Austria, o el médico alemán Ernst Hartmann, entre otros. A principios del siglo XX fueron muchos los que comenzaron a redescubrir la relación entre la estancia en lugares geofísicamente alterados y distintos trastornos y enfermedades.

La geobiología trata especialmente de todo aquello que puede afectar a la salud o al bienestar de las personas en su entorno y, más concretamente, en su hábitat. Su nombre se debe a la unión de los vocablos Geo (Tierra) y Bio (Vida). Por eso, también es conocida como la ciencia del hábitat.

Desde hace siglos el hombre ha sido capaz de entender la influencia del magnetismo de la Tierra en nuestra salud, detectar zonas geopatógenas y decidir cuál es el sitio más sano para vivir. Ha sido consciente de las radiaciones naturales que emanan del terreno y de sus efectos en la salud, y ha podido detectarlas por métodos de biosensibilidad (lo que desde el albor de los tiempos se ha utilizado para buscar agua y metales en todas las culturas del mundo, no sólo en la occidental, mediante varillas, zahoríes y radiestesia).

Hoy en día la salud geoambiental recoge todos estos conocimientos ancestrales, los integra con el saber científico actual y los materializa en protocolos concretos para abordar de forma holística la influencia que ejerce en nosotros el entorno e identificar los factores y parámetros que son peligrosos para la salud. Gracias a la ayuda de geomagnetómetros, detectores de campos eléctricos, magnéticos y variaciones de la radiactividad natural, es posible determinar de forma contrastada la mejor ubicación de una persona en su hábitat (vivienda u oficina) y así evitar situarla en áreas de influencia dañina que pudieran provocar efectos nocivos en la salud.

Redes geomagnéticas y alteraciones geofísicas

Los factores naturales que se han estudiado tradicionalmente desde la Geobiología y que se estudian hoy en día con aparatología moderna desde la Salud Geoambiental son:

  • Alteraciones geofísicas: fallas geológicas y fracturas del terreno, áreas de contacto entre diferentes tipos de materiales, corrientes de agua subterránea y otros elementos del subsuelo pueden provocar tanto alteraciones electromagnéticas locales en la vertical de dichos fenómenos, como cambios en los niveles de radiación ambiental.
  • Líneas Hartmann: red geomagnética natural cuyas líneas de fuerza conforman una malla orientada norte-sur con celdas de 2 por 2,5 metros aproximadamente.
  • Líneas Curry: red geomagnética natural cuyas líneas de fuerza están orientadas noreste-sureste y sureste-noroeste, aproximadamente cada 6 u 8 metros.
  • Radiactividad ambiental procedente de las rocas y materiales del terreno, que con frecuencia puede traducirse en grandes concentraciones de gas radón, una sustancia altamente cancerígena, según la Organización Mundial de la Salud.

Alteraciones geofísicas

El subsuelo sobre el que están construidas nuestras viviendas y oficinas, o sobre el que planeamos construir un inmueble, puede afectar al entorno electromagnético de la superficie. Bajo el suelo que pisamos puede haber fallas, diaclasas o grietas; puede haber distintos tipos de materiales en contacto entre sí, provocando reacciones físicas y químicas que afloran a la superficie; puede haber corrientes de agua subterránea, acuíferos o masas de agua, con lo que los campos geofísicos en el ambiente pueden variar.

En suma, existe un conjunto de factores geofísicos que pueden influir en nuestro hábitat, provocando variaciones en el campo magnético y eléctrico de nuestro entorno. Dado que nuestros órganos vitales funcionan mediante mecanismos electromagnéticos, las variaciones electromagnéticas en nuestro entorno cotidiano interfieren con nuestros ritmos vitales y pueden debilitar nuestra salud, abriendo la puerta a enfermedades.

Fallas geológicas

La corteza terrestre está en continuo movimiento por efecto de las fuerzas sísmicas y tectónicas. Estas fuerzas producen fallas, fisuras, grietas, diaclasas… Son discontinuaciones o fracturas en las rocas del subsuelo, y estas alteraciones pueden estar presentes en cualquier lugar bajo el terreno en el que vivimos.

Cuando esto ocurre, las partes del terreno que se han fracturado ponen en contacto superficies de naturalezas diferentes; a menudo forman incluso cavidades subterráneas. En la vertical de estos fenómenos emanan, por la ley de mínima resistencia, todo un conjunto de energías procedentes del subsuelo, fuertes radiaciones gamma e incluso gases radiactivos. Esto tiene efectos ionizantes en la atmósfera de la superficie, y también influye en el campo magnético de nuestro entorno, provocando variaciones de distinta magnitud.

Aguas subterráneas

El agua subterránea representa una fracción importante de la masa de agua total presente en los continentes de nuestro planeta. Las corrientes de agua subterránea, acuíferos, bolsas de agua, sumideros y filtraciones llenan cavidades del subsuelo y circulan por galerías subterráneas, pero también ocupan los poros y grietas del subsuelo. Su presencia bajo el suelo que pisamos disminuye el valor del campo magnético terrestre y aumenta la radiación gamma (radiactividad), además de provocar intensas variaciones en la ionización del aire. Su área de influencia va en función del tamaño de su caudal: cuanto mayor sea éste, más amplia será la zona afectada en la superficie.

Dado el comportamiento dinámico de las aguas, es difícil prever si una corriente o acuífero del subsuelo permanecerá mucho tiempo en ese lugar o si se filtrará y dispersará. En cualquier caso, no interesa tanto conocer la naturaleza del acuífero sino más bien los efectos que provoca en la superficie que habitamos, puesto que son las variables en superficie las que afectan a nuestra salud, y no la presencia de agua en sí. 

Evidentemente, si se combinan varios de estos factores geopatógenos, como una corriente de agua subterránea, una línea Hartmann y un cruce Curry, el efecto nocivo de la zona será mucho mayor. Un experto en salud geoambiental puede detectar todos estos factores de riesgo y diseñar soluciones que preserven nuestro bienestar.

Radiactividad ambiental y gas radón

La radiactividad es un fenómeno físico natural que se produce cuando en la estructura atómica de cualquier sustancia no existe un balance correcto entre protones y neutrones. El físico francés Henri Becquerel descubrió este fenómeno en 1896 al constatar que ciertas sales de uranio emitían radiaciones espontáneamente y velaban las placas fotográficas envueltas en papel negro. Más tarde, el matrimonio Curie encontró otras sustancias radiactivas como el torio, el polonio y el radio. Marie Curie recibió en 1903 el Premio Nobel de Física, y fue la primera mujer en obtener tal galardón, por sus estudios sobre la radiactividad.

Tendemos a identificar el fenómeno de la radiactividad con determinadas instalaciones artificiales, como las centrales nucleares o los aparatos de rayos X, pero lo cierto es que también existe en la naturaleza. De hecho, vivimos en un medio ambiente radiactivo. Nos llega radiactividad natural procedente del cielo (radiación cósmica), del aire que respiramos (que contiene carbono y puede contener gas radón) y del suelo (donde puede haber uranio y torio). Nuestro cuerpo también contiene elementos radiactivos: por ejemplo, necesita el potasio para sobrevivir y lo obtenemos de la sal común.

Sin embargo, la radiactividad natural se convierte en un riesgo para nuestra salud cuando aumenta hasta un grado que nuestro organismo no está preparado para asimilar. Con frecuencia, se registran altos niveles de radiactividad en nuestro entorno cotidiano debido a la composición mineral del subsuelo en zonas localizadas. El terreno que pisamos o sobre el que están edificadas nuestras viviendas puede tener granito, arcillas, etc, que tienen una alta concentración de uranio que, como ya hemos visto, es altamente radiactivo. Este mineral también está presente en determinados materiales de construcción y decoración, como algunos tipos de gres o de cerámicas, o ciertos tipos de cemento.

En su proceso natural de descomposición, el uranio emite gas radón, que está clasificado oficialmente por la Organización Mundial de la Salud como la segunda causa de cáncer de pulmón en el mundo. El resultado es que nuestro hogar o nuestra oficina pueden registrar altos niveles de radiactividad natural y de gas radón sin que seamos conscientes de ello, puesto que el gas radón es inodoro, insípido e invisible. Una alta concentración de gas radón en el aire que respiramos satura nuestros pulmones de elementos radiactivos cancerígenos.

La radiactividad ambiental se puede detectar y medir de forma muy sencilla con un contador Geiger, que localiza las partículas radiactivas del entorno y mide el número de impulsos de corriente eléctrica que produce dicha partícula. También existen métodos sencillos para detectar y medir las concentraciones de gas radón presentes en el ambiente. La primera medida de precaución que debemos tomar en esta situación es garantizar la correcta ventilación diaria del inmueble afectado, sobre todo al nivel del suelo, que es donde se dan las mayores concentraciones de gas radón.

En España, las mayores concentraciones de gas radón se producen en el centro de la Península, en el oeste y en el noroeste; es decir, donde hay una mayor presencia de suelos graníticos. El siguiente mapa muestra los niveles de radiactividad ambiental medios en nuestro país: